Uno de los requisitos
para que el profesorado asuma la misión de desarrollar la I.E. de sus alumnos
es que se comprometa a desarrollar su propia inteligencia emocional.
Respecto al uso de la
propia inteligencia emocional los educadores deberán ser capaces de:
- Expresar
adecuadamente sus sentimientos en la relación con los alumnos.
- Utilizar la
metodología de planificación en función de metas y de resolución de problemas.
- Poner en práctica
estrategias de automotivación.
- Controlar sus
estados de ánimo negativos y gestionar adecuadamente sus emociones.
- Manifestar su
empatía y capacidad de escucha.
- Desarrollar
conductas asertivas, manejando adecuadamente los conflictos que se produzcan en
el aula.
Educar con I.E.
implica que el profesorado sepa identificar sus sentimientos y emociones, sepa controlar su
expresión, no reprimirla sino ofrecer modelos adecuados de expresión sobre todo
cuando se trata de emociones negativas que suelen ser más difíciles de
comunicar de una forma respetuosa. Evidentemente la educación de las emociones
requiere una formación inicial pero también una formación permanente.
Este tipo de educación es además importante porque puede convertirse en una prevención inespecífica, -prevención de estrés, de la depresión, de los conflictos interpersonales-, y a la vez potencia su desarrollo como persona.
Este tipo de educación es además importante porque puede convertirse en una prevención inespecífica, -prevención de estrés, de la depresión, de los conflictos interpersonales-, y a la vez potencia su desarrollo como persona.
Se ha comprobado que
la inteligencia emocional del profesor es una de las variables que está presente en la
creación de un clima de aula emocionalmente saludable, donde se
gestionan de forma correcta las emociones y donde se pueden expresar sin miedo
a ser juzgados o ridiculizados.
Todo educador debería
enseñar un amplio vocabulario emocional, o como dice Goleman debería prestar atención a la
alfabetización emocional de sus alumnos. Y procurar ayudar a sus alumnos a mirar en su interior
a menudo para descubrir cuáles son sus estados emocionales y por qué están provocados.
Es importante que el
alumnado comprenda que las emociones son una parte fundamental del ser humano, determinan
nuestro comportamiento, manifestándose a través del ajuste social, el bienestar
y la salud del individuo.
Con el programa
escolar atiborrado por la proliferación de nuevos temas y agendas, algunos profesores
que, comprensiblemente, se sienten sobrecargados, se resisten a sustraer más
tiempo a los contenidos básicos para enseñar estas habilidades, de manera que
una estrategia alternativa para impartir educación emocional, no es crear una
nueva clase, sino integrar las clases sobre sentimientos y
relaciones personales a otros temas ya enseñados.
Las lecciones sobre
las emociones pueden surgir naturalmente en la clase de lectura y escritura, de lengua, de
ciencias, de estudios sociales, así como en el resto de las asignaturas. Los
modelos de intervención son muy variados, desde la acción tutorial a la
integración curricular de los contenidos que desarrollan la inteligencia
emocional.
Por otra parte no hay
que olvidar que muchos de los docentes en ejercicio recibieron una formación
pensada para la escuela de mediados del siglo XX y nuestra sociedad ha cambiado vertiginosamente, de
manera que la formación permanente que nuestra sociedad actual impone a sus ciudadanos,
también resulta indispensable para el profesorado de todos los niveles
educativos.
Dado que cada vez más
niños no reciben en la vida familiar un apoyo seguro para transitar por la vida, y que muchos
padres no pueden ser modelos de inteligencia emocional para sus hijos, las escuelas pasan a ser
el único lugar hacia donde pueden volverse las comunidades en busca de pautas para superar las
deficiencias de los niños en la aptitud social y emocional.
Todos los centros
educativos deberían estar preparados para desarrollar esta función. La I.E. debe promoverse a
través de la práctica docente pero no existe un libro de recetas sino pistas, señales que nos
marcan el camino. Numerosas investigaciones sobre el tema nos pueden brindar
una ayuda más que necesaria a la hora de abordarla.
Afortunadamente estas investigaciones nos dicen que es posible estudiar la I.E. de un modo formal y nos señalan cuáles son sus principales competencias, alrededor de las cuales giran una serie de habilidades que se pueden desarrollar en el aula de un modo práctico mediante actividades diseñadas expresamente para tal fin.
Afortunadamente estas investigaciones nos dicen que es posible estudiar la I.E. de un modo formal y nos señalan cuáles son sus principales competencias, alrededor de las cuales giran una serie de habilidades que se pueden desarrollar en el aula de un modo práctico mediante actividades diseñadas expresamente para tal fin.
Hoy en día existen
varios programas de desarrollo de la I.E. que están siendo aplicados con mucho
éxito en nuestro país y que están recogidos en la bibliografía.
Se ha comprobado que los programas de alfabetización emocional mejoran las calificaciones académicas y el desempeño escolar. Este no es un descubrimiento aislado: aparece una y otra vez en diferentes estudios. En un momento en que demasiados niños parecen carecer de la capacidad de manejar sus problemas, de prestar atención o de concentrarse, de controlar sus impulsos, de sentirse responsables por su trabajo o de interesarse en su aprendizaje, cualquier cosa que sostenga estas habilidades ayudará a su educación.
En este sentido, la alfabetización emocional mejora la capacidad de la escuela para enseñar.
Todos los investigadores coinciden en las características de los alumnos emocionalmente inteligentes, que, a modo de resumen, son las siguientes:
· Poseen un buen nivel de
autoestima
· Aprenden más y mejor
· Presentan menos
problemas de conducta
· Se sienten bien
consigo mismos
· Son personas
positivas y optimistas
· Tienen la capacidad
de entender los sentimientos de los demás
· Resisten mejor la
presión de sus compañeros
· Superan sin
dificultad las frustraciones
· Resuelven bien los
conflictos
· Son más felices,
saludables y tienen más éxito
Otro argumento que
justifica la necesidad de educar con I.E. se basa en los estudios realizados para
determinar la incidencia de las emociones en el proceso de aprendizaje, los
cuales han puesto de manifiesto que no basta con un elevado CI para superar los
exámenes o concluir con éxito los diferentes ciclos del proceso educativo. Es
necesario desarrollar programas que enseñen a los alumnos a tomar conciencia
del mundo de los sentimientos, a saber hablar sobre ellos, a descubrir las conexiones
entre pensamientos, emociones y reacciones, y a manejar adecuadamente el
enfado, la tristeza, la ansiedad, etc.
Según las
investigaciones de un experto en fracaso escolar, Lautrey, “los
fracasos escolares masivos se deben con frecuencia a factores afectivos,
emocionales o relacionales frente a los cuales el análisis de los procesos
cognitivos equivale a la realización de un bordado inglés sobre tela de saco”.
Y es también Goleman
quien nos dice que los alumnos con bajo rendimiento escolar presentan claras
deficiencias en su inteligencia emocional.
El panorama actual y
futuro permite inferir la necesidad de una alfabetización emocional de los niños
y jóvenes que hoy se encuentran en nuestros centros, futuros trabajadores del
conocimiento.
Dirigir con Inteligencia
Emocional: el director como líder.
La educación crea el
futuro, por eso el concepto de “mejora continua de calidad” es apropiado para
la planificación educativa.
Los centros
educativos no son organizaciones rígidas, previsibles, que funcionan como un mecanismo
de relojería. Si lo fueran la dirección del centro haría las veces del director
de orquesta que marca a cada uno
de sus miembros cuándo y cómo debe actuar. Se parecen más bien al modelo orgánico,
basado en la naturaleza, caracterizado por la flexibilidad, los cambios, la
incertidumbre, la complejidad, pues trabaja con personas al servicio de personas.
En este contexto los
profesores se convierten el facilitadores del aprendizaje y los directores o gestores
se convierten en líderes garantes del buen funcionamiento de su centro y
dispuestos a servir a sus miembros e impulsar su desarrollo.
El director se
convierte en líder y su trabajo consiste en hacer que toda la comunidad
educativa colabore para crear una visión nueva de la escuela y un ambiente de
aprendizaje donde todos, alumnos y profesores, enseñen y aprendan.
Los estudios sobre el
mundo laboral nos dicen que el director tradicional tiene sus días contados. En
esta nueva era la jerarquía ya no sirve para dirigir a la gente y obtener
resultados, es preciso proporcionar el rumbo, la inspiración y el sentido que
el centro educativo necesita. Y es necesario que esa visión capture la
imaginación y la ilusión de la gente.
El liderazgo no puede
apoyarse ya en la autoridad sino en la excelencia en el arte de las relaciones,
una singular habilidad, muy necesaria en quien tiene que mediar entre padres,
profesores, alumnos y personal del centro.
El líder
emocionalmente inteligente genera un clima de entusiasmo y flexibilidad en el
que las personas se sienten estimuladas para ser más creativos y dar lo mejor
de sí mismos. Esto no significa que las tareas principales del líder sean
generar excitación, optimismo, pasión por el trabajo, sino alentar un clima de
cooperación y confianza que solo es posible mediante la inteligencia emocional.
Una investigación
realizada en la Universidad de Yale ha descubierto que la alegría y la cordialidad
de los integrantes de un equipo se transmiten más rápidamente que la
irritabilidad y la depresión.
Esta mayor velocidad de transmisión tiene implicaciones muy directas para el funcionamiento de una organización porque parece ser que el estado de ánimo es el que condiciona, en gran medida, la eficacia laboral. El optimismo alienta la cooperación, la imparcialidad y el rendimiento. La risa parece ser un buen termómetro en un grupo de trabajo y proporciona una medida inequívoca del grado de conexión existente entre los corazones y las mentes de sus miembros.
No es tanto lo que hace el líder, sino el modo en que lo hace. No es tanto lo que dice sino el modo en que lo dice. Las razones que explican esta afirmación se asientan en la misma estructura del cerebro humano. El sistema límbico, lugar del cerebro donde se procesan las emociones, es un sistema abierto según los científicos. Los sistemas cerrados, por ejemplo, el circulatorio, son autor regulados, cada persona tiene el suyo independiente de los demás. Sin embargo, los sistemas abiertos se hallan en gran medida condicionados externamente.
Esta mayor velocidad de transmisión tiene implicaciones muy directas para el funcionamiento de una organización porque parece ser que el estado de ánimo es el que condiciona, en gran medida, la eficacia laboral. El optimismo alienta la cooperación, la imparcialidad y el rendimiento. La risa parece ser un buen termómetro en un grupo de trabajo y proporciona una medida inequívoca del grado de conexión existente entre los corazones y las mentes de sus miembros.
No es tanto lo que hace el líder, sino el modo en que lo hace. No es tanto lo que dice sino el modo en que lo dice. Las razones que explican esta afirmación se asientan en la misma estructura del cerebro humano. El sistema límbico, lugar del cerebro donde se procesan las emociones, es un sistema abierto según los científicos. Los sistemas cerrados, por ejemplo, el circulatorio, son autor regulados, cada persona tiene el suyo independiente de los demás. Sin embargo, los sistemas abiertos se hallan en gran medida condicionados externamente.
Por ello es de suma
importancia el papel que desempeña el líder en el clima emocional colectivo del
centro educativo.
Cuando las emociones
se orientan en una dirección positiva como el entusiasmo por compartir una
tarea común, la creatividad, el optimismo, el funcionamiento del grupo puede
alcanzar cotas muy elevadas. Sin embargo, cuando se inclina en la dirección del
resentimiento, el miedo o la ansiedad, encamina al grupo hacia su
desintegración, lo que pone de relieve otro aspecto esencial del liderazgo: su
efecto trasciende el mero hecho de llevar a cabo un buen trabajo.
Para funcionar de
forma adecuada en el campo sembrado de minas que es el mundo de las relaciones
humanas, la sensibilidad emocional se revela como un factor de suma
importancia.
El líder la necesita para percibir tres aspectos fundamentales de sus colaboradores, inherentes al buen funcionamiento del equipo:
El líder la necesita para percibir tres aspectos fundamentales de sus colaboradores, inherentes al buen funcionamiento del equipo:
1. Las
características específicas de la personalidad de cada uno de ellos, y la mejor
forma de aprovechar su potencial.
2. Cualquier problema
interno que pueda estar mermando el desarrollo de dicho potencial. Los líderes
deben de convertirse en sismógrafos muy sensibles, capaces de detectar
cualquier movimiento del equipo que trabaja con él.
3. Las verdaderas y
profundas necesidades de cada uno de sus colaboradores. En ocasiones es normal
una cierta ansiedad que puede ayudar a centrar la atención y energía del líder,
pero el estrés prolongado reduce las capacidades del cerebro para procesar la
información y responder eficazmente.
Se ha demostrado que el estrés acaba disminuyendo el rendimiento y dificultando las relaciones. En cambio, la risa y el optimismo suelen consolidar las habilidades neuronales básicas, necesarias para desempeñar cualquier tipo de trabajo. Ninguna criatura puede volar con una sola ala. El líder emocional combina adecuadamente el corazón y la cabeza, el pensamiento y el sentimiento. George Sand decía: “La inteligencia busca pero quien encuentra es el corazón”.
Se ha demostrado que el estrés acaba disminuyendo el rendimiento y dificultando las relaciones. En cambio, la risa y el optimismo suelen consolidar las habilidades neuronales básicas, necesarias para desempeñar cualquier tipo de trabajo. Ninguna criatura puede volar con una sola ala. El líder emocional combina adecuadamente el corazón y la cabeza, el pensamiento y el sentimiento. George Sand decía: “La inteligencia busca pero quien encuentra es el corazón”.
Fragmento de:
Ponencia del VII Congreso de Eduación y Gestión. Begoña ibarrola L. De Davalillo
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